RECUERDOS DE LA ADOLESCENCIA | Jeremías Suarez

 

Perseguimos nuestros placeres aquí

Enterramos nuestros tesoros allá

Pero, ¿puedes recordar todavía

el tiempo que lloramos?

Jim Morrison


Cada tanto con el Negro Gustavo nos acordamos del Morrison. Era un pibe un poco más grande que nosotros y nos hacía cagar de risa con las cosas que decía. Nosotros estábamos terminando el secundario y él ya se había recibido. Laburaba con el padre en una verdulería  en Pompeya, a la tardecita tomaba el bondi y se bajaba en las plazas enfrentadas de Valentín Alsina, donde con el negro pasábamos las tardes hablando de minas y tomando una birra.

El Morrison siempre se invitaba dos, una se tomaba él solo. Creo que se llamaba Fabián o algo así, pero siempre te daba la mano y decía "Morrison, mucho gusto". 

De Morrison no tenía un pelo. Le batían así porque siempre andaba con una remera de los Doors. Tenía una con la imagen famosa de Jim Morrison, esa que abría los brazos, y otra que era un collage de la banda con tapas de discos que estaba buenísima. A mí no me gustaba esa banda, ninguna banda extranjera en general; yo escuchaba 2 minutos y Attaque 77, en esa época la rompían. El Negro era más de Rata Blanca, pero también le gustaban esos temas horribles que eran el hit del verano, como La rubia en el avión y esas mierdas. De más está decir que los Doors lo volvían loco al flaco. También era fan de Pink Floyd.

Me acuerdo como si fuera ayer del día que el Morrison cayó con una tuca. Nos convidó y la verdad que no me hizo nada. "¿Tanto quilombo por esto?", pensé. El Negro me dijo que sí le había pegado. Al Morrison lo volvía loco, se creía un chamán o algo así. Nos decía que éramos sus aprendices, fumar lo elevaba, que abría las puertas de la percepción y que le gustaba ver el mundo que los humanos nos negábamos a mirar. Con el tiempo nos fuimos haciendo amigos. Cuando nos recibimos con el Negro, la plaza a la tarde era nuestro lugar. No había laburo en ninguna parte, lo único que hacíamos era esperar al Morrison, que siempre se prendía uno con nosotros y nos prometía que iba a conseguir una pepa para compartir. El Negro no le creía, decía que eso no se conseguía y que si llegaba a tomar alguna vez, el Morrison iba a flashear cualquiera. 

En la semana, entre Navidad y Año Nuevo, el Morrison me invitó a su casa. El Negro no fue porque estaba en Glew, pasando las fiestas con la tía. El Morrison vivía en Caraza, cerquita de Valentín Alsina, en una casa muy humilde. El loco estaba instalado en el fondo, en un galpón que improvisó como cuarto. "Ponete cómodo" me dijo. Lo único que había en la habitación era un catre, una sillita de madera y un grabador doble casetera aunque solo funcionaba una. Trajo una sidra, garrapiñadas y medio turrón de los blandos. Sólo tomé la sidra que estaba bien fría. En el grabador puso a todo volumen el tema de los Doors "The end ``. Era una versión en vivo que duraba todo el lado B del cassette. Morrison (el de verdad) cantaba que era el final y qué su único amigo era el final. El Morrison sacó del bolsillo un cartoncito y me preguntó si quería probar. Yo estaba cagado en las patas: una cosa era un porrito en la plaza y otra era esto. Le dije que no, que tenía que volver a mi casa y mi vieja se podía rescatar. Él se la puso por debajo de la lengua. No dijo más nada. La banda seguía tocando y no me di cuenta cuando la sidra se terminó. Salió a buscar otra pero yo le dije que me daba acidez tomar sidra. Me ofreció agua y acepté. Trajo una jarrita y otra sidra para él. "¿Sabés que yo dibujo remeras? Siempre que escucho a los Doors, me pinta hacer cosas artísticas" dijo y sacó de una pila de ropa una remera blanca. "Le voy a hacer un portal, para atravesarlo y ver la realidad que negamos". Extendió la remera y con un pincel grande y unas latas de pintura que guardaba debajo del catre, empezó a dar pinceladas amarillas, naranjas y un contorno marrón. Terminó el tema con alaridos de Jim Morrison y mi amigo seguía la música con la cabeza como si él estuviera en ese recital. Cuando le dije que me tenía que ir puso stop al grabador y me regaló el cassette. "Feliz navidad", me despidió y cuando me estaba yendo a saludar a la familia que cenaba delante, ví que el Morrison colgaba la remera en la soga del patiecito que había entre el galpón y la casa. Al otro día, como todas las tardes, fui a la placita y el Morrison no apareció. A lo mejor está doblado por la pepa de ayer, pensé. Pasó otro día y otro  y el Morrison no venía. Volvió el Negro de Glew y lo esperamos tres semanas más. Nunca más apareció. Fui a Pompeya a buscarlo a la verdulería, recorrí como 20 y en ninguna lo conocían. Llegué a ir a la casa pero nadie me atendió. Fue un misterio lo que pasó con el Morrison. El Negro dice que la pepa puede pegarte mal y podés cometer cualquier locura. Dicen que al violero de Pink Floyd le pasó eso. Mi vieja dijo que era una mala junta y a lo mejor reventó de tanta "falopa". Pero me quedo con la opinión de la novia del Negro; según ella, podía ser que un pibe que quería atravesar las puertas de la percepción, tarde o temprano lo terminó haciendo.


JEREMIAS SUAREZ


Cuando era muy chico, con tan sólo 5 años, mis padres decidieron que lo mejor era someterme a unas clases de Tae Kwon Do. Como la primera era gratis no había riesgo que perder, ahí es donde entra mí don. Estaba tan aburrido que en un momento decidí no levantarme, para (entre otras cosas) darle algo de dramatismo a una clase bastante monótona. La cara de disgusto de mi profesora y de mis padres no fueron las mejores. Estuve castigado hasta el lunes. Sigo siendo ese niño, con 30 años más encima. Vivencias, emociones e imaginación puestas al servicio de acercar la magia a la realidad cotidiana y plana.

Jeremías, el escritor es, en este ambiente pucheril, un escritor cebolla. Hay que escarbar capa por capa para conocerlo y en el proceso convoca a un paseo por las sensaciones dulces y dolorosas que implican sus creaciones literarias.



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Comentarios

  1. Me llevaste a toda la historia, la viví.
    Saludos peposo Jeremías!
    "Yo estaba cagado en las patas: una cosa era un porrito en la plaza y otra era esto. Le dije que no, que tenía que volver a mi casa y mi vieja se podía rescatar". Genial!

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