SEPARARME A LA MITAD | Dina Ciraolo


Comencé a separarme a la mitad una mañana de invierno. 

Estaba mirándome al espejo mientras me peinaba para ir a trabajar, cuando vi entre mis ojos una fisura pequeña. Se me hacía tarde, así que me puse corrector de ojeras; y encima, base de maquillaje. Listo, salí a la calle. 


Durante toda la mañana estuve pendiente de mi grieta facial de manera obsesiva. No era una arruga, no. Era un principio de abismo, que aparentaba haber desaparecido bajo toneladas de pintura dermatológicamente testeada. 


Promediando la tarde, conseguí cerrar el cajón que contenía su recuerdo. Era casi imperceptible, y eso que a esa hora el maquillaje se había medio absorbido y medio chorreado por la transpiración generada por la irritante sensación de quiebre. 

Llegué a casa derecho a bañar a los chicos y a preparar algo rápido para comer. No tuve, o no me hice tiempo, para verme al espejo. 

Mi hija más chica está bañándose. Corro la cortina un poco, para crear una barrera entre ella y yo. No mucho, lo suficiente para que no me vea, y aún así poder ver sus manitos tomar el pato o la tacita. Me acomodo en la pequeña silla de playa, que sirve de canasto para la ropa sucia y de escalón para los chicos en su búsqueda de objetos prohibidos. Está chapoteando alegre en su bañadera rosa. Afuera escucho que la más grande reclama por las revistas para su tarea de Lengua y que el otro me pregunta a gritos dónde está su diminuta réplica de Cars que todo el tiempo pierde. Me abstraigo, con esa capacidad que desarrollamos las cuidadoras de estar y escuchar, pero sin estar y sin escuchar. Hojeo por decimonovena vez en el mes la misma revista vieja y arrugada. 

Una vez, cuando era adolescente, estuve en una casa que tenía plantas y libros de Bukowski y Sartre en el baño y me robé las F de las canillas de la ducha. Por lo menos todavía me entra el culo en la silla de playa. Estoy convencida de que mientras todavía entre no es tarde para mí. Para tener un baño con libros, en vez de revistas Condorito. Tendría Miedo de volar, de Ercia Jung, y la Colección de poemas de Audre Lorde. 


“Conocer el miedo nos ayuda a ser libres: para quien se atrinchera


no hay lugar que no pueda ser


o no sea


un hogar”


Querida Lorde…

No puedo esconderme más de mí misma. Primero pasé la mano sobre la superficie empañada y entre las brumas divisé mi herida. Limpia, sin bordes desgarrados, casi como practicada con bisturí, empezaba entre las cejas y ya llegaba a la segunda arruga de la frente. 

Ahí estaba. Soberbia, arrogante. La octava maravilla del mundo moderno. Un enigma médico. La manifestación paranormal más descollante del último semestre. La prueba irrefutable de la existencia del tercer ojo. Yo sentía que sólo era el comienzo. 

A la mañana siguiente, cuando me levanté de la cama, tuve que sostener las dos mitades de mi cabeza. Corrí a encerrarme al baño. Desde adentro puedo escuchar los gritos “vamos a llegar tarde si no salís de una buena vez de ahí”. Busco con qué atarme, solo encuentro hilo dental. “Hoy me siento mal, llevá vos los chicos a la escuela, y pasame el celular que aviso al trabajo que no voy”. 

Lo único que no calculé fue que al tener la boca y la lengua partida, los sonidos que articulaba eran incomprensibles. Él entendió; después de mi fallido acto de comunicación oral se escuchó un portazo y luego el silencio de la soledad. 

El día viernes 24 de Julio una de mis mitades abrió la puerta del departamento y se confundió con el mundo. 

De más está decir que no la he vuelto a ver. Con mi familia aprendimos a funcionar igual con la mitad de mí. Nadie comenta nada, nadie pregunta nada. Parece que a todos les alcanza con la parte que quedó.



DINA CIRAOLO

Soy Dina Ciraolo. Escritora, docente, mamá y maga. Si tuviera tiempo y dinero para dedicarme a full, sería una escritora del estilo de Hemingway… viviría alcoholizada disparándole a cosas en el medio del campo.


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